Torito de Pucará
José Portugal Catacora
origen:
El "Torito de Pucará", tan codiciado por turistas nacionales y extranjeros, que adorna salones y museos del Perú, América y Europa, que ha dado fama a la artesanía nacional y que ha prestigiado más que su propia historia al peñón de Pucará, tiene una historia fascinante que pocos la conocen.
Pablito Iturry, el notable ceramista puneño, suele enaltecerlo en sus exposiciones artísticas con expresivas referencias a su origen.
Nosotros hemos recogido en estas cuartillas cuanto sabemos de cómo nació en carne y hueso, cómo se convirtió en pieza de alfarería, cómo llegó a ser héroe nacional, cómo logró introducirse en la mitología de la cultura nativa y cómo se ha erigido en símbolo de mestizaje étnico y de integración cultural en el Perú.
El ambiente en que nació
"Enero poco, febrero loco, marzo borracho" dicen los aborígenes para interpretar cómo se presentan las fuerzas telúricas en la altiplanicie de Puno, durante los veranos.
Y es que "febrero loco" suele llegar con la locura de sus tormentas, en que el tableteo de rayos, relámpagos y truenos, se deshacen en lluvias torrenciales y rematan en ululantes ventiscas, durante días inacabables, como si el tiempo se detuviera sobre las punas, atado a los fríos picachos.
A veces los vientos cordilleranos limpian el cielo y el Altiplano reverbera de esmeraldas y de oro en los pajonales, Y un vaho de suave humedad perfuma los ambientes de dilatados confines.
Entonces, el sol descorre el velo denso de las negras nubes que cubren la puna e ilumina todo con su luz exultante y radiante de solemnidad. Esto ocurre, invariablemente, los días lunes de carnaval de cada año, como si la naturaleza pactara con el hombre por un día de paz, insuflado de típico panteísmo.
Aquel día se realiza en los caseríos de las haciendas que abarcan la mayor extensión de las tierras altiplánicas, el marcaje del ganado vacuno. Es el día de "la prueba de fuego" en que los becerros son declarados toros y las vaquillas, vacas; pero ante todo, se afirma el derecho de propiedad del gamonal sobre el ganado.
Los hombres bordonean con ágiles manos el cordaje de románticos charangos y alegres melodías pastoriles vibran en la caña de festivos chaqallos. Las mujeres preparan, afanosas, suculentos fiambres de papas, chuño y carne fresca, en rústicos fogones. Y el mugir de becerros, el balido de ovejas y el relincho de caballos, completan la sonoridad de la fiesta.
Una fogata alimentada con bosta vacuna y leña de ttola resinosa, arde cerca del canchón del ganado, calentando al rojo la marca de hierro del patrón y produciendo una densa humareda que ensucia el ambiente.
Su bautismo
Un hombre fornido, vestido de carabotas, de mejillas abultadas por el pijcho de la coca, con la camisa arremangada hasta los codos y las manos nudosas como la montaña, hace su aparición en el escenario, armado de un cuchillo grande y filudo. Es el marcador del ganado.
El primer becerro es elegido entre centenares, por expertos catadores de la vocación bravía de los cornúpetos. La apostara elegante del animal y la posición elevada de sus astas, síntomas, inequívocos del toro de lidia, deciden la selección del predestinado.
Dos diestros qarabotas lacean al becerro por los cuernos y lo sacan del canchón, bramando. Otros dos lo lacean por las patas y lo tumban en el suelo, junto a la fogata.
La ceremonia empieza. El hombre fornido corta con su afilado cuchillo las orejas y abre huecos en la loncana, piel colgante que cubre el pecho y el cuello del becerro, que yace jadeante. Con la sangre que mana a borbotones de las heridas, traza en el lomo nos contornos de una enjalma, y le pintarrajea todo el cuerpo con figuras grotescas.
Luego orna la frente con una cinta peruana, plisada en artístico rosón. Para culminar la faena, hace beber al becerro media botella de alcohol de 40 grados y le unta en el ano con ají molido.
La ceremonia del bautizo del toro de lidia culmina con quema de incienso, coca y sebo de llama, en la fogata. Y mientras el ambiente se satura de místicos olores, el layqa la hacienda, mitad divino y mitad sabio, que es el otro personaje de estas ceremonias, pronuncia rogativas a los manes tutelares en lengua nativa arcaica, poco entendible, invocando buenos augurios para la ganadería y la suerte del becerro.
Su vida de toro cerrero
Y el futuro toro de lidia sale disparado en estampida. Se aleja lanzando mugidos agudos, relamiéndose las fosas nasales para mitigar el ardor que le produce el alcohol y blandiendo la cola cual si quisiera quitarse la acción picante del ají.
Nunca olvidará este incidente dramático. Su memoria de bestia lo conserva por vida fermentando un odio implacable por el hombre. Vaga por pampas y lomas, por cerros y quebradas, Y aunque el dolor se le haya disipado, cada vez que aparece un hombre al alcance de su vista, renace el recuerdo del tormento recibido y lo ataca con ira incontenible, feroz.
Con el tiempo se convierte en el "toro cerrero" que nunca falta en las estepas andinas. Jamás entra a ningún redil. Es el terror de la puna y su presencia infesta loe caminos cordilleranos, como los pumas las montañas o las víboras la selva. Los arrieros, los Harneros y los pastoras, caminan sobrecogidos de miedo por el toro cerrero.
En las épocas de lluvia pasea su robusta y desafiante figura a la vera de los caminos; y en las épocas de sequía deambula por quebradas y hondonadas, jadeante de sed y de hambre.
Después de los abigeos que merodean por las punas en años de mala cosecha, cuando el hambre diezma hombres y bestias, el "toro cerrero" de las altipampas, es el otro enemigo encarnizado del hombre.
Cada "toro cerrero" tiene una historia épica y más da un escritor ha urdido bellos cuentos folklóricos, con sus lances de odio vacuno, hecho dramáticas aventuras.
Su presencia en las fiestas bravas
Cuando llega la fiesta patronal del pueblo, los dueños lo buscan; pero esta vez de diferente manera. Un grupo de hembras a caballo arreando vaquillas de las mejores dispuestas, van a los lugares donde suele apacentarse. Y el "toro cerrero", terror de las punas e irreconciliable enemigo de los hombres, se convierte en manso toro enamorado, junto a las vaquillas. Se deja arrear hacia el poblacho, tranquilamente a cumplir el de su vocación de toro bravo, para hacer el papel central y apoteósico en las corridas que se celebran en honor de la virgen o el santo patrón del pueblo.
Palcos, levantados alrededor de la plaza del poblacho con palos de kolli y qeñua los únicos árboles oriundos de la puna, adornados con elegantes mantones de manila, polícromas llicllas chucuiteñas y cadenillas de papel de color, dan a la plaza una ostentosa apariencia de fiesta brava provinciana.
Durante tras o más días de toros con los que col minan las festividades patronales, desfilan los toros "pintos" y "barrosos", "misitos" y "manchados", "aceitunos" y "alfeñiques", que hacen la celebridad de la fiesta.
Si el toro destripa más de un torero improvisado o algún diestro que a veces no falta, la fiesta es juzgada excelente, porque los achachilas, los picachos, y pachamama, la madre tierra, habrán recibido con agrado la ofrenda de los toreros. Entonces el año será bueno, las cosechas abundantes y gran proliferación, de los ganados. Si ni siquiera un borrachito cae en las astas del toro, el año será malo y habrá hambruna para las gentes y los ganados.
El gobernador, el alcalde, el cura y todos los vecinos que participan del jolgorio; brindan en sus palcos con sendos vasos da chicha de maíz o de quinua y menudas copas de pisco de Moquegua o de lea, por la espectacular ferocidad de los "miuras criollos" y la destreza torera de los "carritos cholos". SÍ la corrida es a muerte los "toros cerreros" pasan al matadero a satisfacer el apetito carnívoro de las gentes y si son de simple deporte, vuelven a sus campos a gozar de su libertad de fieras temibles.
Los "toros cerreros" viven hasta la decrepitud y mueren de vejez, a veces en las fauces de un puma o entre las garras del cóndor, cuando no abatido por la bala piadosa de un Máuser disparado por el dueño de la hacienda.
Su imagen artística
El torito enlosado, de rechoncha figura y de pintarrajeado cuerpo, que se vende entre las variadas piezas de alfarería en la estación del ferrocarril que corre entre Puno y Cusco, al pie del histórico peñón de Pucará y que en el mundo de la artesanía popular peruana y en el lenguaje turístico se conoce con el nombre de "Torito de Pucará", no es otro que el mismo toro que un día de carnaval, de un "febrero loco", fue bautizado en una bárbara ceremonia panteísta.
Con su frente exornada de rosones, su pecho luciendo grueso rodetes, con la lengua en las narices y golpeándose sus ancas con la cola, como sí quisiera seguir librándose da la acción corrosiva del alcohol y del ají molido con que encendieron su vocación de toro bravo, ha sido artíficamente perennizado por las hábiles manos del indio de Santiago de Pupuja, el pueblo pampero de Azángaro, la provincia más feudalísta del departamento de Puno, afamado por ganadería vacuna.
Es elaborado de arcilla y cocido al rojo en primitivos hornos. Modelado en distintas posturas y pintado, en algunos lugares de la zona aymara; y, vaciado y enlosado, en la postura popularizada por el "Torito de Pucará", en la zona quechua. Este último ha tenido una extraordinaria suerte, porque su fama ha bajado de las estepas puneñas y ha traspuesto los lindes de la patria.
Su creador primigenio
El "Torito de Pucará" fue primitivamente expresión de arte infantil. Los niños de la altiplanicie de Puno recibieron en su capacidad creadora la sensibilidad estética de lejanos y legendarios antepasados: Los Uros u hombres de día, los Lupas u hombres sol o los Chulpas u hombres ciclopes gigantes; y la naturaleza del escenario geográfico que anidó su estirpe superior, puso en sus manos la rica arcilla que abunda a la vera de los ríos y junto a los puquiales como el material excepcional con que el niño exterioriza aquella sensibilidad estética. Pues el niño puneño posee una extraordinaria habilidad para modelar y su arte crece con él hasta la madurez, convirtiéndolos en eximios alfareros, ceramistas y aun pintores y escultores; tal es el caso de los aborígenes de Santiago de Pupuja. De niños, jugando, modelaron el torito entre otros animales con sus manos ingenuas, extrayendo la arcilla blanca que existe abundante en las numerosas hoyadas que se llenan de agua en épocas de lluvia se secan en los meses de invierno en los rededores de su pueblo Y más tarde, los padres advirtieron el interés de los viajeros por el ferrocarril, lo industrializaron. Ahora lo trabajan niños y viejos, hombres y mujeres, en Santiago de Pupuja. Y son las mujeres que los llevan a la estación de Pucará.
Entre otras manifestaciones culturales, con esta experiencia de incontables generaciones nativas se nutre, en forma consuetudinaria e imponderable, el complejo espiritual hombre-tierra que en la hoya del Titicaca y en toda la sierra peruana, tienen original característico que constituye un problema cultural que la revolución social en nuestro país debe resolver.
Su imagen totémica
La inspiración emocional del hombre del Altiplano ha introducido el toro español en lo más hondo de su mundo subjetivo como ningún otro aporte cultural de la España conquistadora; por eso, éste ha pasado a ser personaje de la mitología aymara y quechua. Pues algunos apus lo personifican y más de una laguna suele ser morada encantadora de un "toro barroso", para su imaginación totemista, Y cuantas leyendas han surgido del fondo subjetivo de esta imaginación. Las dos cumbres que protegen Puno de los vientos del su : Cancharani y Layqaqota son para el totemismo indígena un toro y una vaca.
El toro es Cancharani que no se dejó manosear por los españoles quienes no pudieron tocar nada de la plata que guardan sus entrañas; en cambio layqaqota, personificación de la vaca, sí se dejó manipular y en su seno encontró el audaz aventurero andaluz, José Salcedo, las fabulosas minas de plata, la segunda en América, que la codicia del Virrey Conde de Lemos las perdió, hasta el extremo de destruir la maravillosa ciudad de San Luis de Alba que en sus rededores se levantaba, antes de la fundación de Puno.
Y los calvarios de los pueblos de Acora y Pichacani son dos toros aradores que cada noche intentan bajar de los altos pastizales a beber el agua del lago Titicaca, pero que unas veces la luna y otras el sol, siempre los sorprenden y no pueden llegar a las orillas del lago.
Su aventura heroica
El "toro cerrero" del Altiplano ha jugado también el patriótico papel de héroe nacional en los primeros y tumultuosos años de nuestra historia republicana; por eso tiene su monumento en cada "Torito de Pucará".
Después del fracaso de la incursión de Gamarra a Bolivia, el ejército boliviano invadió el Perú, posesionandose de los departamentos de Puno, Tacna y Moquegua.
Y mientras el Mariscal San Román trataba da reorganizar el ejército nacional para la defensa en Cusco, los puneños se defendieron como pudieron; armaron montoneras y hostilizaron por todas partes al organizado ejército boliviano; fueron, pues, los primeros en emplear la guerra de guerrillas por defender la patria.
Los hechos de armas más significativos ocurrieron en Motoni cerca de Pucará y en Orurillo, distrito de la provincia de Melgar.
Dícese que en Motoni aparecieron súbitamente, tres "toros cerreros" que atacaron al ejército boliviano obligándolo a una debacle inevitable.
Con esta experiencia se aprestaron para la batalla de Orurillo con muchos más "toros cerreros" de la hacienda Posoqoni, los cuales en medio del combate, fueron echados contra el enemigo boliviano que se vio" forzado a huir, abandonando todo su parque de guerra.
Aunque parezca una ficción, estos dos acontecimientos bélicos en que los peruanos vencieron por la Intervención de los "toros cerreros" aceleraron los arreglos de Paz entre Perú y Bolivia.
Su presencia en al complejo hombre-tierra
La imagen del "toro cerrero" ha adquirido la categoría de tótem y de héroe como consecuencia natural de haber jugado un papel concreto en la vida del Perú profundo, como es concreta la mentalidad del hombre de los Andes, en el desarrollo de las relaciones del hombre y la tierra, en el trabajo del agro y en la productividad de los cultivos.
Los primeros toros bravos traídos por los españoles a la sierra peruana, fueron sacados de los cortijos, como los hombres que acompañaron a Colón y muchos de los que vinieron con Pizarro, de las cárceles, y fueron ubicados en los extensos feudos o haciendas de los encomenderos, como guardianes de los pastales y para amedrentar a los nativos.
Pero pronto fueron domesticados y ungidos al yugo con madera más fuerte que la tajhlla y el uysu rejones que los aborígenes empleaban para cultivar. De este modo los toros aradores roturaron a fondo la tierra e hicieron que el hombre ahorrara energías, por tanto fue, pues una verdadera revolución técnica en el trabajo agrícola la introducción del arado y los toros aradores. De ahí que el indio que los poseía, alcanzaba una importancia respetable desde el punto de vista económico en su comunidad, ya que un toro arador costaba, entonces, veinte o treinta pesos y una llama solamente unos dos o tres pesos.
Por eso su posesión fue la mayor aspiración de los campesinos y pocos lo lograban. Mas con el correr del tiempo se llegó a industrializar su crianza para la producción de la carne, mediante procedimientos originales, como los que emplearon en las pampas de Ilave, donde los campesinos invernaban a los toros con algas, juncos y granos, aderezados con sal o con chancaca, que los engordaba en forma exuberante.
Y en ciertas regiones de la sierra, su crianza logró gran desarrollo, como en las planicies del Titicaca y de Bombón; pues las estadísticas de consumo de carne durante los primeros decenios de este siglo registraron que de cada cien reses sacrificadas en los mataderos de Lima, veinticinco procedían del Altiplano de Puno.
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Su prosapia simbólica
El "Torito de Pucará" viene a ser, además una de las más típicas objetivaciones del mestizaje indo-español. El aborigen peruano ha asimilado la motivación española de la fiesta brava y la ha convertido en objeto de sus diversiones sociales; pues no hay fiesta patronal de poblacho, ayllu o hacienda que no remate con una corrida de toros que a veces dura tres días.
En tales eventos, el torero es, comúnmente, un indígena carente del traje de luces pero insuflado de valentía por el alcohol de cuarenta grados, con su poncho rojo de capote. En algunos casos, el torero o la torera es una mujer; pues hemos visto torear a muchas mujeres nativas con intrépida destreza. Y algunas de ellas, después de ejecutar vistosas suertes, lo domaban al toro bravo como a una chita, conduciéndolo hacia toril tomado por las astas.
Muy raras veces asoma a estas fiestas un torero profesional, debido al alto costo que importa su presencia de matador. Y no hace falta porque su ausencia permite que el toreo deje de ser un espectáculo bárbaro, de lucha desigual entre un hombre armado y una bestia desarmada. Así las corridas son realmente diversiones sociales donde no corre sangre, sino cuando la audacia de improvisado torero raya en la temeridad, acaso inducido por fuerzas imponderables que a auguran los achachilas para el destino de la comunidad.
En síntesis de juicio, el "Torito de Pucará" hay que considerarlo como un síntoma primigenio de integración nacional, con base artística, económica y social y con visión de un Perú nuevo en una América nueva.
Suplemento del diario El Comercio. Lima, 3 de febrero de 1980
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